Los caminos Imperiales habían sufrido las inclemencias del tiempo, y en algunos tramos el firme no se esperaba tan irregular como estaba resultando ser. Sin embargo, llegados a tierras León el cambio era notable, los caminos parecían mimados y cuidados con sumo esmero. Árboles que daban sombra a caminantes, lugares de descanso, e incluso los hemin león brindaban simpatía a los caminantes como si esperasen importantes visitas. Y es que la Corte de Invierno movilizaba grandes cantidades de samurais que el Imperio no estaba acostumbrado a ver. La propia invitación esmeralda abria las fronteras de todo el que la portase, sin tener que dar más explicación o portar visado alguno para poder atravesarlas.
La delegación Dragón causaba admiración. Los bienaventurados monjes eran samurais valorados y estimados en todo el imperio, por ende, el clan al completo estaba visto con buenos ojos por parte del resto.
Mirumoto Suzaku caminaba en primera línea de la comitiva observando con buen ojo todo lo que el entorno podría proporcionarle. Apreciaba que el clan León disfrutaba de buena comida, pues los hemin aparentaban buena salud y fuerza, que sus aldeas y ciudades poseían recientes reparaciones, y sobre todo, que el ejército león deambulaba patrullando parte de su territorio incluso en zonas de paz. Aquel clan siempre estaba preparado para la batalla, incluso cuando no tenían razón para disputarla. Como buen estratega militar, ciertos detalles no pasaban de largo para el buen ojo de Suzaku.
Tras varios días de viaje, la delegación atravesó la frontera del León y la Grulla. Las tierras Grulla eran muy diferentes a las afortunadas tierras vecinas. Lo hemin sonreian y lucian estandartes grulla impolutos, pero sus casas y sus atuendos no parecian estar acordes a tan elegante tejido. Algunos de ellos se mostraban quizá algo con un porte más escueto de lo que debería. Suzaku se fijó entonces en detalles que para otro pasarian desapercibidos, el ejercito Grulla tenia una fuerte presencia en la frontera pero dejó de tenerla una vez adentrados en tierras celestes.
El impresionante Kyuden Doji se apreciaba en el horizonte, una construcción digna del mejor constructor cangrejo presidia el confín de las tierras para gran parte del territorio. La ostentosidad del clan era latente en cada paso que acercaba a la delegación dragón.
- El silencio es para mi un buen compañero, una filosofía de vida, pero para ti es algo peligroso, pues tu silencio enmascara un pensamiento. ¿En qué piensas mi buen amigo? - La voz de Togashi Sö inundó el pensamiento de Suzaku como un manantial de agua encuentra siempre el camino correcto para continuar su cauce. - Quizá he caminado tantas veces este sendero que lo habitual para mi es para ti un descubrimiento. - El monje fue durante muchos años un peregrino del Imperio, no era la primera vez que había contado a Suzaku detalles de sus viajes. Sus pies habían recorrido más caminos de los que podría relatar y sin embargo siempre estaba dispuesto a rememorar historias de sus viajes.
- Aunque he de decir, que nunca he visitado el Kyuden Doji. - Dijo fijando su mirada en la fortaleza de piedra. - Espero que sea una experiencia enriquecedora, al menos, una experiencia de la que aprender una lección importante. - Una tenue sonrisa se dibujaba siempre en su rostro tras sus palabras.
La delegación Dragón causaba admiración. Los bienaventurados monjes eran samurais valorados y estimados en todo el imperio, por ende, el clan al completo estaba visto con buenos ojos por parte del resto.
Mirumoto Suzaku caminaba en primera línea de la comitiva observando con buen ojo todo lo que el entorno podría proporcionarle. Apreciaba que el clan León disfrutaba de buena comida, pues los hemin aparentaban buena salud y fuerza, que sus aldeas y ciudades poseían recientes reparaciones, y sobre todo, que el ejército león deambulaba patrullando parte de su territorio incluso en zonas de paz. Aquel clan siempre estaba preparado para la batalla, incluso cuando no tenían razón para disputarla. Como buen estratega militar, ciertos detalles no pasaban de largo para el buen ojo de Suzaku.
Tras varios días de viaje, la delegación atravesó la frontera del León y la Grulla. Las tierras Grulla eran muy diferentes a las afortunadas tierras vecinas. Lo hemin sonreian y lucian estandartes grulla impolutos, pero sus casas y sus atuendos no parecian estar acordes a tan elegante tejido. Algunos de ellos se mostraban quizá algo con un porte más escueto de lo que debería. Suzaku se fijó entonces en detalles que para otro pasarian desapercibidos, el ejercito Grulla tenia una fuerte presencia en la frontera pero dejó de tenerla una vez adentrados en tierras celestes.
El impresionante Kyuden Doji se apreciaba en el horizonte, una construcción digna del mejor constructor cangrejo presidia el confín de las tierras para gran parte del territorio. La ostentosidad del clan era latente en cada paso que acercaba a la delegación dragón.
- El silencio es para mi un buen compañero, una filosofía de vida, pero para ti es algo peligroso, pues tu silencio enmascara un pensamiento. ¿En qué piensas mi buen amigo? - La voz de Togashi Sö inundó el pensamiento de Suzaku como un manantial de agua encuentra siempre el camino correcto para continuar su cauce. - Quizá he caminado tantas veces este sendero que lo habitual para mi es para ti un descubrimiento. - El monje fue durante muchos años un peregrino del Imperio, no era la primera vez que había contado a Suzaku detalles de sus viajes. Sus pies habían recorrido más caminos de los que podría relatar y sin embargo siempre estaba dispuesto a rememorar historias de sus viajes.
- Aunque he de decir, que nunca he visitado el Kyuden Doji. - Dijo fijando su mirada en la fortaleza de piedra. - Espero que sea una experiencia enriquecedora, al menos, una experiencia de la que aprender una lección importante. - Una tenue sonrisa se dibujaba siempre en su rostro tras sus palabras.