Tras varios días de viaje, aquel parecía ser el último. El amanecer de aquella mañana era especialmente brillante. Las nubes danzaban en el cielo como gráciles pájaros, y la comitiva escorpión se dirigía hacia Kyuden Doji con determinación.
El plan de viaje lo había impuesto el propio clan, las indicaciones habían sido muy claras. El camino más corto pasaba por las tierras León, pero las órdenes eran otras: el mejor camino era el más largo. Así pues se dispuso que parte de la comitiva rodease las montañas por el sur, a través de las tierras del clan de la avispa. Bayushi Kaito no comprendería la decisión del clan hasta bien avanzado el viaje.
El paso por las montañas en invierno no fue sencillo, el frío azotaba con fuerza y la hospitalidad del clan de la avispa era escasa. Pero la llegada a tierras grulla despertó la curiosidad de Kaito, las aldeas de los heimin parecían más humildes de lo habitual. Los campesinos no mostraban felicidad. Algunas tierras labradas parecían no tener brote alguno, extraño incluso tras recoger la siembra antes del invierno. La travesía en tierras grulla inspiraba tristeza, sin embargo, a medida que se acercaban al Kyuden Doji el ambiente cambiaba. Las aldeas poseian aire festivo, los heimin estaban más felices y todo apuntaba a que la Corte de Invierno se celebraría con total normalidad.
- Los más sabios nos encomendaron viajar al este, para afrontar el Kyuden desde el camino del sur. Es demasiado largo para no observar nada. ¿Por qué crees que nos enviaron aquí Bayushi-sama? - Dijo el joven Soshi, yojimbo extrañado mientras miraba a su alrededor con curiosidad mientras caminaban. El muchacho había sido encargado de guardar la seguridad de Kaito en la Corte, pese a su juventud era un joven portento con la espada. - Nunca he ido a una corte de invierno, no estoy seguro de qué va a ocurrir allí… - Bajo su máscara se pudo intuir una mueca con sus labios. - ¿Qué crees que nos depara este viaje? - Miró entonces a Kaito con curiosidad. La inocencia parecía vibrar en sus ojos y en su corazón.
A lo lejos, ya podía verse en el horizonte el gran Kyuden Doji. Los estandartes grulla ondeaban tan alto que podía apreciarse desde casi cualquier punto de la región. La fortaleza se erguía en alto presidiendo con suma elegancia el territorio blanquiazul.
El plan de viaje lo había impuesto el propio clan, las indicaciones habían sido muy claras. El camino más corto pasaba por las tierras León, pero las órdenes eran otras: el mejor camino era el más largo. Así pues se dispuso que parte de la comitiva rodease las montañas por el sur, a través de las tierras del clan de la avispa. Bayushi Kaito no comprendería la decisión del clan hasta bien avanzado el viaje.
El paso por las montañas en invierno no fue sencillo, el frío azotaba con fuerza y la hospitalidad del clan de la avispa era escasa. Pero la llegada a tierras grulla despertó la curiosidad de Kaito, las aldeas de los heimin parecían más humildes de lo habitual. Los campesinos no mostraban felicidad. Algunas tierras labradas parecían no tener brote alguno, extraño incluso tras recoger la siembra antes del invierno. La travesía en tierras grulla inspiraba tristeza, sin embargo, a medida que se acercaban al Kyuden Doji el ambiente cambiaba. Las aldeas poseian aire festivo, los heimin estaban más felices y todo apuntaba a que la Corte de Invierno se celebraría con total normalidad.
- Los más sabios nos encomendaron viajar al este, para afrontar el Kyuden desde el camino del sur. Es demasiado largo para no observar nada. ¿Por qué crees que nos enviaron aquí Bayushi-sama? - Dijo el joven Soshi, yojimbo extrañado mientras miraba a su alrededor con curiosidad mientras caminaban. El muchacho había sido encargado de guardar la seguridad de Kaito en la Corte, pese a su juventud era un joven portento con la espada. - Nunca he ido a una corte de invierno, no estoy seguro de qué va a ocurrir allí… - Bajo su máscara se pudo intuir una mueca con sus labios. - ¿Qué crees que nos depara este viaje? - Miró entonces a Kaito con curiosidad. La inocencia parecía vibrar en sus ojos y en su corazón.
A lo lejos, ya podía verse en el horizonte el gran Kyuden Doji. Los estandartes grulla ondeaban tan alto que podía apreciarse desde casi cualquier punto de la región. La fortaleza se erguía en alto presidiendo con suma elegancia el territorio blanquiazul.